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—Y entonces yo no conseguiría cerebro —dijo el Espantapájaros.

—Ni yo valor —gruñó el León Cobarde.

—Ni yo un corazón —gimió el Leñador.

—Y yo no volvería más a Kansas —terminó Dorothy. —Tenemos que tratar por todos los medios de llegar a la Ciudad Esmeralda —continuó el Espantapájaros.

Así diciendo, empujó su vara con tanta fuerza que se le quedó hundida en el barro del fondo. Luego, antes de que pudiera sacarla o soltarla, la balsa fue arrastrada por la corriente y el pobre hombre de paja se quedó colgado de su vara en medio del río.

—¡Adiós! —les gritó.

Todos lamentaron mucho dejarlo. El Leñador empezó a llorar; pero por suerte se acordó de que podía oxidarse y se secó las lágrimas con el delantal de Dorothy.

Naturalmente, lo ocurrido era terrible para el Espantapájaros.

—Ahora estoy peor que cuando conocí a Dorothy —se dijo—. Entonces estaba clavado en un poste en el maizal, donde por lo menos podía fingir que asustaba a los pájaros; pero seguramente que de nada sirve un espantapájaros clavado en medio de un río. Mucho me temo que ya no conseguiré un cerebro.

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