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—Nada podemos hacer por él —dijo el Leñador con mucha pena—. Pesa demasiado para levantarlo. Tendremos que dejarlo que duerma aquí para siempre, y quizá sueñe que al fin ha encontrado el valor que tanto ansiaba.

—Lo siento mucho —suspiró el Espantapájaros—. A pesar de ser tan cobarde, era un buen camarada. Pero sigamos adelante.

Llevaron a la dormida Dorothy hasta un bonito sitio junto al río, lo bastante lejos del campo de amapolas como para evitar que siguiera aspirando el fatal perfume. Allí la tendieron con suavidad sobre la hierba y esperaron que la fresca brisa la despertara.

CAPÍTULO 9

LA REINA DE LOS RATONES

—No creo que estemos muy lejos del camino amarillo —comentó el Espantapájaros mientras se hallaba de pie al lado de la niña—. Hemos caminado casi la misma distancia que nos arrastró el río.

El Leñador estaba por responder cuando oyó un gruñido y, volviendo la cabeza, vio a una bestia extraña que avanzaba a saltos hacia ellos. Se trataba de un gran gato montés, y al Leñador le pareció que debía estar persiguiendo a una presa, pues tenía las orejas echadas hacia atrás y su fea boca mostraba una doble hilera de horribles dientes, mientras que sus ojos rojizos relucían como bolitas de fuego. Cuando el animal se acercó más, el hombre de hojalata vio que huía de él un pequeño ratón gris, y aunque carecía de corazón comprendió que estaba mal que el gato montés quisiera matar a un animalito tan inofensivo como aquél.

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