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—Ahora ve tú hacia esos árboles que crecen junto al río y construye un carro que sirva para cargar al León —dijo el Espantapájaros al Leñador.

El hombre de hojalata puso manos a la obra sin la menor demora, y muy pronto tuvo listo un carro fabricado con troncos de árboles a los que cortó las ramas y hojas. Aseguró los troncos con clavijas de madera aguzada e hizo las cuatro ruedas con rodajas de un tronco muy grueso. Trabajó con tal diligencia que el vehículo estaba listo cuando empezaron a llegar los ratones.

Venían desde todas direcciones y eran millares, grandes, medianos y pequeños, y cada uno traía en la boca un trozo de cuerda. Fue más o menos entonces cuando Dorothy despertó de su largo sueño y abrió los ojos, asombrándose al encontrarse tendida en la hierba y rodeada por miles de ratones que la miraban con timidez. Pero el Espantapájaros la puso al tanto de todo y luego, volviéndose hacia la Reina, agregó:

—Permíteme que te presente a Su Majestad, la Reina de los ratones.

La niña saludó con gran dignidad y la Reina hizo una reverencia, después de lo cual se acercó afablemente a Dorothy.

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