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—Este debe ser el País de Oz —dijo Dorothy—. Sin duda nos acercamos ya a la Ciudad Esmeralda.

—Sí —respondió el Espantapájaros—. Aquí todo es verde, mientras que en el país de los Munchkins el color favorito es el azul. Pero la gente no parece tan amistosa como los Munchkins, y temo que no podremos hallar un sitio donde pasar la noche.

—Me gustaría comer alguna otra cosa que no fuera fruta —manifestó la niña—, y estoy segura de que Toto tiene mucha hambre. Detengámonos en la próxima casa para hablar con sus ocupantes.

Poco después, cuando llegaron a una granja bastante grande, Dorothy fue hasta la puerta y llamó con los nudillos. Una mujer abrió apenas lo suficiente para mirar hacia afuera y le dijo:

—¿Qué deseas, pequeña? ¿Y por qué te acompaña ese León tan grande?

—Queremos pasar la noche aquí, si nos lo permiten —repuso Dorothy—. El León es mi amigo y no te haría ningún daño.

—¿Es manso? —preguntó la mujer, abriendo un poco más la puerta.

—¡Claro que sí! Además, es un tremendo cobarde. Te tendrá más miedo a ti del que tú le tengas a él.

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