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—Este extraño hombre de hojalata mató al gato y me salvó la vida —exclamó la Reina—. Por eso, de ahora en adelante deberán ustedes servirlo y obedecer todos sus deseos.

—¡Así lo haremos! —exclamaron a coro los ratones.

Acto seguido se desbandaron en todas direcciones, pues Toto acababa de despertar, y al ver tantos ratones a su alrededor, lanzó un ladrido de júbilo y saltó en medio del grupo. Siempre le había gustado cazar ratones cuando vivía en Kansas y no veía nada malo en ello.

Pero el Leñador lo tomó entre sus brazos y lo contuvo mientras decía a los ratones:

—¡Vuelvan aquí! Toto no les hará daño.

Al oír esto, la Reina asomó la cabeza por debajo de unas hierbas y preguntó con timidez:

—¿Estás seguro de que no nos va a morder?

—No se lo permitiré —dijo el Leñador—. No tengan miedo.

Uno por uno fueron regresando los ratones y Toto no volvió a ladrar, aunque trató de saltar de los brazos del Leñador y lo habría mordido si no hubiera sabido muy bien que era demasiado duro para sus dientes. Al fin habló uno de los ratones más grandes.

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