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—Pero no se trata de ninguna tontería —replicó el Espantapájaros—. Es algo importante, y nos han dicho que Oz es un buen Mago.

—Eso es cierto, y gobierna la Ciudad Esmeralda de manera prudente y sabia —manifestó el hombrecillo verde—. Pero para los que no son honrados o quieren verlo por pura curiosidad, es terrible, y son pocos los que han pedido ver su cara. Yo soy el guardián de la puerta, y como piden ver al Gran Oz, tendré que llevarlos a su palacio, pero primero deberán ponerse los anteojos.

—¿Por qué? —preguntó Dorothy.

—Porque si no se pusieran anteojos, el brillo y la gloria de la Ciudad Esmeralda podría cegarlos. Aun los que viven aquí tienen que usar anteojos noche y día. Se los aseguran con llave, pues así lo ordenó Oz cuando se construyó la ciudad, y yo tengo la única llave para abrir las cerraduras.

Abrió la espaciosa caja y Dorothy vio que estaba llena de anteojos de todo tamaño y forma... y todos ellos tenían vidrios verdes. El guardián halló uno apropiado para la niña y se lo puso. Estaba asegurado por dos bandas doradas que rodeaban la cabeza, donde se aseguraba con una cerradura cuya llave llevaba el hombrecillo colgada del cuello. Cuando los tuvo puestos, Dorothy comprobó que no podría sacárselos de ningún modo; pero, claro está, no deseaba que la cegara el resplandor de la Ciudad Esmeralda, razón por la cual no dijo nada.

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