Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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En el guardarropa vio numerosos vestidos de la misma tonalidad imperante en la ciudad, todos de seda, satén y terciopelo, y todos de su medida exacta.

—Ponte cómoda —dijo la jovencita—, y si deseas algo haz sonar la campanilla. Oz te mandará llamar mañana.

Dejó sola a Dorothy y se fue a buscar a los otros, a los que también condujo a diferentes dormitorios, y cada uno de ellos se encontró alojado en una parte muy agradable del palacio. Claro que tanta amabilidad no hizo efecto alguno en el Espantapájaros, pues al hallarse solo en su cuarto se quedó parado tontamente a pocos pasos de la puerta, donde esperó hasta que lo llamaron. De nada le serviría acostarse, y no podía cerrar los ojos, de modo que estuvo toda la noche mirando a una araña que tejía su tela en un rincón del cuarto, tal como si no fuera una de las habitaciones más encantadoras del mundo. En cuanto al Leñador, se echó en la cama por la fuerza de la costumbre, pues recordaba la época en que había sido de carne y hueso; pero como era incapaz de dormir, se pasó la noche moviendo los brazos y piernas a fin de mantenerlos en buenas condiciones de funcionamiento. Por su parte, el León habría preferido un lecho de hojas secas en lo profundo del bosque y no le agradó estar encerrado en una habitación; pero como tenía demasiado sentido común para dejar que esto le preocupara, saltó sobre la cama, se hizo un ovillo y en menos de un minuto se puso a ronronear y, ronroneando, se quedó dormido.

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