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En ese momento sonó una campanilla y la doncella verde dijo a Dorothy:

—Es la señal. Deberás entrar sola en el Salón del Trono.

Así diciendo, abrió una puerta pequeña por la que pasó Dorothy sin vacilar para hallarse en seguida en un lugar maravilloso. Se trataba de una estancia muy amplia, circular, con techo abovedado y muy alto, y con las paredes y el piso profusamente tachonados de grandes esmeraldas. En el centro del techo había una tan brillante como el sol y sus reflejos hacían brillar las gemas en todo su esplendor.

Pero lo que más interesó a Dorothy fue el gran trono de mármol verde que se hallaba en el centro de la sala. Tenía la forma de un sillón y estaba lleno de piedras preciosas, como todo lo demás. Sobre el sillón reposaba una enorme cabeza sin cuerpo ni miembros que la sostuvieran. No tenía cabello, pero sí ojos, nariz y boca, y era mucho más grande que la cabeza del más enorme de los gigantes.

—Yo soy Oz el Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?

La voz no era tan tremenda como era de esperar en una cabeza tan enorme. Por eso la niña cobró valor y contestó:

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