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Las abejas se alejaron velozmente hasta llegar al sitio por donde marchaban Dorothy y sus amigos. Pero ya las habían visto y el Espantapájaros había decidido lo que debía hacerse.

—Sácame toda la paja y cubre con ella a la chica, al perro y al León —dijo al Leñador—. Así las abejas no podrán picarlos.

Así lo hizo el Leñador, y mientras Dorothy se tendía al lado del León, sosteniendo a Toto entre sus brazos, la paja los cubrió por completo.

Al llegar las abejas, no hallaron más que al Leñador, de modo que se lanzaron sobre él y rompieron sus aguijones contra la hojalata sin hacer el menor daño a su víctima, y como las abejas no pueden vivir sin su aguijón, así terminaron todas, yendo a caer diseminadas alrededor del Leñador en pequeños montones oscuros.

Entonces se levantaron Dorothy y el León, y la niña ayudó al Leñador a rellenar de nuevo al Espantapájaros hasta dejarlo tan bien como siempre. Hecho esto, otra vez emprendieron su viaje.

Tanto se enfureció la Bruja Maligna al ver muertas a sus abejas que pateó el suelo, hizo rechinar los dientes y se arrancó el cabello. Después llamó a una docena de sus esclavos, que eran los Winkies, les dio unas lanzas muy agudas y les dijo que fueran a destruir a los forasteros.

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