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—Vayan a donde están esas personas y háganlas pedazos —ordenó la Bruja.

—¿No vas a esclavizarlas? —preguntó el jefe de la manada.

—No —repuso ella—. Uno es de hojalata, otro de paja, una es una chica y el cuarto un león. Ninguno de ellos sirve para el trabajo, así que pueden hacerlos pedazos.

—Muy bien —dijo el lobo, y se alejó velozmente, seguido por los otros.

Fue una suerte que el Leñador y El Espantapájaros estuvieran despiertos, pues oyeron acercarse a los lobos.

—Esta pelea es para mí —dijo el Leñador—. Pónganse detrás de mí y yo los iré enfrentando a medida que lleguen.

Tomó su hacha, que había afilado muy bien, y cuando se le echó encima el jefe de la manada, el Leñador le cercenó la cabeza limpiamente, dejándolo muerto. No bien pudo levantar de nuevo el hacha llegó otro lobo, el que también cayó bajo el cortante filo del arma. Había cuarenta lobos, y cuarenta veces bajó el hacha para matar a uno, de modo que al fin quedaron todos muertos frente al Leñador.

Entonces bajó su hacha y fue a sentarse junto al Espantapájaros, quien le dijo:

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