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La mañana siguiente el soldado de la barba verdosa condujo al León hasta el gran Salón del Trono y le hizo pasar para que viera a Oz.

Una vez que hubo pasado por la puerta, el León miró a su alrededor y, para su gran sorpresa, vio que frente al trono pendía una bola de fuego tan brillante que casi no podía mirarla. Su primera impresión fue que Oz se había incendiado y estaba ardiendo. Empero, cuando trató de acercarse, el intenso calor le chamuscó los bigotes y, temblando de miedo, tuvo que retroceder de nuevo hacia la puerta.

Acto seguido oyó una voz tranquila que salía de la bola de fuego y le decía:

—Soy Oz, el Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?

—Soy el León Cobarde, temeroso de todo —respondió el felino—. He venido a rogarte que me des valor para que pueda ser realmente el rey de las fieras, como me consideran los hombres.

—¿Por qué he de darte valor?

—Porque entre todos los magos tú eres el más grande y el único que tiene poder para conceder mi deseo.

La bola de fuego ardió con fiereza durante un rato, y al fin dijo la voz:

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