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—Oz te manda llamar. Sígueme.

Y el Leñador lo siguió hasta el gran Salón del Trono. Ignoraba si vería en Oz a una dama encantadora o a una cabeza, pero esperaba que fuera lo primero. "Porque" se dijo "si es la cabeza, seguro que no me dará un corazón, ya que las cabezas no tienen corazón propio y por lo tanto no sentirá lo que yo siento. Pero si es la dama encantadora, le rogaré con todas mis fuerzas que me dé un corazón, pues dicen que todas las damas son bondadosas".

Pero cuando entró en el gran Salón del Trono, no vio ni la cabeza ni la dama, porque Oz había tomado la forma de una bestia terrible. Era casi tan grande como un elefante, y el trono verde parecía resistir apenas su peso. La bestia tenía la cabeza de un rinoceronte, aunque con cinco ojos; de su cuerpo salían cinco largos brazos y sus patas eran también cinco, y muy delgadas. Lo cubría un pelaje muy espeso y no podría imaginarse un monstruo más espantoso. Fue una suerte que el Leñador careciera de corazón, porque el terror le habría acelerado muchísimo sus latidos. Claro que, como era sólo de hojalata, no tuvo nada de miedo.

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