Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—¿No me harán daño a mí? —preguntó la niña en tono preocupado.

—No. Deben obedecer a quien tiene puesto el Gorro. ¡Adiós!

Así diciendo, salió a escape, seguida por todos sus vasallos.

Al mirar el interior del Gorro, Dorothy vio algunas palabras escritas en el forro. Como supuso que serían la fórmula mágica, las leyó con gran atención y volvió a ponérselo.

—¡Epe, pepe, kake! —dijo, parada sobre su pie izquierdo.

—¿Qué dijiste? —preguntó el Espantapájaros, quien ignoraba lo que la niña estaba haciendo.

—¡Jilo, jolo, jalo! —continuó Dorothy, parada ahora sobre su pie derecho.

—¡Vaya! —exclamó el Leñador.

—¡Zizi, zuzi, zik! —agregó Dorothy, quien se hallaba al fin sobre sus dos pies.

Con esto terminó la fórmula mágica y en seguida oyeron un gran batir de alas al aparecer sobre ellos los Monos Alados.

El Rey se inclinó profundamente ante la niña y le dijo:

—¿Qué nos ordenas?

—Deseamos ir a la Ciudad Esmeralda y nos hemos extraviado —replicó Dorothy.

—Los llevaremos nosotros —manifestó el Rey.

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