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—Sí —asintió el Leñador—. Al fin conseguiré mi corazón.

—Y yo mi cerebro —agregó alegremente el Espantapájaros.

—Y yo valor —dijo el León en tono meditativo.

—Y yo regresaré a Kansas —exclamó Dorothy, batiendo palmas—. ¡Vamos mañana a la Ciudad Esmeralda!

Así lo decidieron, y la mañana siguiente reunieron a los Winkies para despedirse. Todos lamentaron muchísimo que se fueran, y tanto se habían encariñado con el Leñador que le rogaron que se quedara con ellos para gobernar toda la tierra de Occidente. Al convencerse de que se iban realmente, regalaron a Toto y al León un collar de oro para cada uno. A Dorothy le dieron un hermoso brazalete tachonado de brillantes. Al Espantapájaros le obsequiaron un bastón con puño de oro para que no tropezara al caminar, y al Leñador le ofrecieron una aceitera de plata repujada, con adornos de oro y piedras preciosas.

Cada uno de los viajeros respondió a estos regalos con un bonito discurso de agradecimiento, y estrecharon la mano de todos con tal entusiasmo que les dolieron los dedos.

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