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Cuando al fin fue al cuarto de Dorothy y le dio las gracias por haberlo rescatado, sentíase tan contento que lloró de alegría, y la niña tuvo que enjugarle cada una de las lágrimas con su delantal para que no se oxidara de nuevo. Al mismo tiempo lloraba ella también por la felicidad de ver de nuevo a su amigo, pero estas lágrimas no tuvo necesidad de enjugarlas. En cuanto al León, se secó los ojos tan a menudo con la punta de la cola que se le humedeció por completo y tuvo que salir al patio y ponerla al sol hasta que se le hubo secado.

—Me sentiría feliz del todo si el Espantapájaros estuviera de nuevo con nosotros —dijo el Leñador cuando Dorothy le relató todo lo sucedido.

—Debemos tratar de encontrarlo —declaró ella.

Acto seguido llamó a los Winkies para que la ayudaran, y marcharon todo ese día y parte del siguiente hasta llegar al árbol en cuyas ramas habían arrojado los Monos Alados la ropa del Espantapájaros.

Era un árbol muy alto y de tronco demasiado liso, de modo que nadie podía treparlo, pero el Leñador dijo en seguida:

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