Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―¡Oh, no, no! Era sólo una broma para asustarte. La realidad es que no tengo tiempo para ocuparme de «esas tonterías», como diría Teddy. Por cierto, ¿cómo está «el león»?

Durante largo rato Jo estuvo hablando con entusiasmo de sus hijos. Pronto llegaron Teddy y Rob, precediendo al profesor Bhaer. Con exclamaciones de alegría se abalanzaron sobre Dan, y entre los dos muchachos y aquel tosco hombretón se entabló una lucha simulada, alegre y divertida, que terminó con los dos chiquillos hechos un ovillo por su forzudo adversario.

Juntos tomaron el té, generalizándose la conversación. Dan parecía enjaulado, pese a encontrarse a gusto con la familia Bhaer. Pero estaba acostumbrado a los grandes espacios. A largas zancadas recorría la habitación, se asomaba a la ventana y aspiraba profundamente, como ansioso del aire libre.

En una de las vueltas vio aparecer a Bess. La muchacha quedó parada en el umbral, y miró a Dan.

―¡Dan! ¿No me conoces?

―¡Caramba, si es Bess! Yo creí que era una princesa. ¡Cómo has crecido y qué bonita estás!

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