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―Gracias, John. Eres un buen chico. Admiro a los hombres sinceros que saben aceptar que no son dioses. Hay que verlos enfermos como yo los veo para darse cuenta de su verdadero valor, de su fortaleza.

―¡Así se habla! ―coreó John por seguirle la corriente.

Nan siguió hablando con calor del derecho de las mujeres. Unos aprobaban, otros disentían, y todos armaban gran revuelo.

Emil buscaba gresca con humorísticas intervenciones. Dan observaba, gozaba con aquel despliegue de energía.

―Vamos a ver ―siguió Nan―, parece que todos estamos aquí. Someteremos la cuestión a votación. Dan y Emil piensan como nosotras. No en vano han recorrido medio mundo; Tom y Nath han tenido hermosos ejemplos para decidirse también; de John y de Rob estamos orgullosas, y ellos están de acuerdo; Ted es un inconstante, y en cuanto a Dolly y Jorge, aunque ellos piensen ser unos grandes hombres, aún están por formar. Empecemos por el «Comodoro».

―Estoy dispuesto.

―¿Crees en el derecho de las mujeres?

―Creo. Tanto es así que estoy dispuesto a cambiar mis marineros por mujeres. Si ellas nos guían para volver a tierra, también nos guiarían en el mar.

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