Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―En mi cabeza, como en mi corazón, estás tú.

Jo y Laurie apenas podían contener la risa.

―Deberías intervenir, Jo. Aconseja al muchacho que deje de insistir. Está haciendo un papel demasiado ridículo.

―Ya se lo he insinuado muchas veces, pero es constante y tenaz hasta la ceguera. Necesita alguna emoción fuerte.

Jo y Laurie siguieron su paseo. Poco después se detuvieron un momento para contemplar a Teddy.

―¡Vaya, ya está haciendo alguna de las suyas! ―se lamentó la madre.

―Espera, espera. Veamos en qué consiste.

Teddy estaba sobre un taburete, sosteniéndose sobre un solo pie. La otra pierna la tenía levantada hacia atrás, el cuerpo proyectado hacia adelante y las manos en actitud de querer alcanzar algo lejano. Jossie y dos amiguitas comentaban alegremente aquella exhibición.

Laurie, que en todo veía algo artístico, comentó:

―Se diría que es Mercurio intentando volar.

Si lo intentaba o no quedó en el secreto. Porque súbitamente cedió el taburete ante el peso del «león» que cayó tan largo como era. Con la misma rapidez se levantó, pero el taburete quedó prendido en su pierna, por más que con alocados gestos y grandes aspavientos intentó quitárselo.

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