Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―¿Tú crees que he puesto demasiado?

La respuesta de Nan fue concluyente. Con gran energía movió su abanico para alejar aquel perfume envolvente, y con voz firme dictó la sentencia:

―No intentes bailar conmigo. Ni te acerques siquiera. Me marearía.

El martirio de Tom aumentó aún cuando llegó Dan. Como no había tenido tiempo de encargarse un traje más apropiado para el baile, se le ocurrió vestir las ropas de charro mejicano que poseía. Su éxito fue total. Aquel traje negro recamado de bordados plateados, camisa blanca de encaje, fajín de seda roja y ancho sombrero le daban un aspecto interesantísimo. Al andar con pausados y elásticos pasos tintineaban las espuelas de plata y sus ojos parecían aún más negros que de ordinario. Desde que entró en la sala fue el centro de las miradas femeninas.

Emil tenía también un gran éxito. Los uniformes siempre gustan a las mujeres, especialmente cuando quien los lleva es un apuesto joven, alegre, bullicioso y excelente bailarín.

Jo, Meg y Amy procuraron animar a los remisos, a los tímidos. Las hermanas bailaron con ellos para que tomasen confianza. Cuando la tomaron, empezaron a bailar con entusiasmo de tal forma que los pisotones y empellones se sucedían sin interrupción.

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