Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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También el profesor Bhaer y el señor Laurie dedicaron especial atención a las chicas menos agraciadas, vestidas con poca elegancia, o simplemente aquellas que la juventud, más egoísta, tenía un poco olvidadas. Era de admirar la exquisitez con que lo disimulaban.

Cansados de aquel trajín, Jo y Laurie se encontraron en un aparte.

―Tomémonos un respiro, Jo. Lo merecemos. Mientras, podemos contemplar unos cuadros que acabo de adquirir.

―Me parece excelente. Me han zarandeado tanto para bailar que me duele todo el cuerpo.

Desde la sala de música y encuadrados por el marco de un ventanal vieron a un interesante grupo.

Eran el señor March, sentado en la terraza sobre un cómodo butacón; a sus pies, sobre unos cojines, Bess. Y de pie ante ellos, gesticulando con vehemencia, Dan.

―Observa, Jo. Parecen Otelo y Desdémona.

―Así es. El brillante atuendo de Dan y su color cetrino, acentuado por las sombras, su apasionamiento, su voz grave, todo, todo es de un Otelo. Bess, tan dulce, vestida de blanco, de dorados cabellos que la luna ilumina, es una inmejorable Desdémona. ¡Ay! Casi me alegro de que Dan se vaya. Es demasiado pintoresco, demasiado arrebatador. Hay tantos corazones románticos por aquí, que causaría estragos sin proponérselo.

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