Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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El profesor miró hacia donde estaba Tom. Vio al joven mordiéndose los labios y malhumorado ante las exclamaciones de entusiasmo con que Nan coreaba la exhibición del jinete. Sí, Tom probablemente querría imitarle.

Después de un corto galope de la yegua negra, Dan desmontó de un limpio salto ante el grupo, que prorrumpió en aplausos y felicitaciones. Teddy no tardó en pedir que se le dejase montar, a lo que accedió Dan porque Octto era tan dócil y manejable como briosa y veloz.

El ejemplo habría sido imitado por todos, pero llegaron los bártulos de Dan, que contenían los regalos, y eso fue lo que entonces acaparó la atención general.

―No me gusta llevar peso cuando viajo ―aclaró Dan―. Pero esta vez es distinto. Os iba a ver a vosotros, tenía dinero… y me he cargado como una acémila.

Así era. De los amplios baúles fueron saliendo cosas y cosas, que entusiasmaban a la concurrencia. Unas por su rareza, otras por lo valiosas; todas tenían algo interesante.

―Esa piel de lobo de las praderas será una alfombra para tía Jo.

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