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Más que perro era un perrazo. Se trataba de un enorme sabueso que permanecía en el umbral de la puerta sin decidirse a entrar.

Dan le habló:

―¡Vaya, vaya, amiguito! De modo que te has escapado, ¿eh? ¿No podías esperar a que viniese a buscarte? ―Y aclaró a todos los demás―: Es mi perro. Lo dejé con la yegua y mi equipaje en la hospedería antes de venir aquí. Pensé que si venía con ellos nos cerraríais las puertas.

Rio de buena gana su propia broma, porque sabía que en aquella casa sería siempre bien recibido en cualquier circunstancia.

El perro avanzó hacia Dan. Se levantó sobre sus patas traseras e intentó lamerle la cara, cosa que el joven esquivó a duras penas.

Dan miró hacia afuera. Su rostro se animó.

―Ahora comprendo. Don no ha venido solo. Lo han traído de la hospedería. También a Octto. Bueno…, ¡qué remedio!

―¿Tienes dos perros? ―preguntó Teddy.

―No. Octto es mi yegua. Vamos a verla.

En un momento quedó olvidado el almuerzo, porque todos salieron al jardín.

La yegua acudió al encuentro de su amo. Cariñosamente restregó su morro contra la cara de Dan, y relinchó alegremente.

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