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―Cociendo hierbas y hojas ―digo Jo.

―Mataste uno de los caballos ―aventuró Teddy, más expeditivo.

―No. No matamos ningún caballo. Pero los sangramos. Aquí precisamente. Halcón negro les hizo una breve incisión, que nos permitió recoger parte de su sangre. Luego la cocimos con unas hojas de salvia.

―Pobre Octto ―se lamentó Jo, acariciando la yegua.

―No fue un corte doloroso, ni mucho menos peligroso. Además, la pérdida de sangre, que para nosotros representó un sano alimento, para ella no tenía importancia porque podía pastar y recuperarse. Por fortuna los búfalos volvieron y no tuvimos necesidad de repetir la operación. Pero se habría podido hacer sin peligro alguno para estos nobles animales.

Al «león» le llamó la atención una correa que pendía del cuello de la yegua.

―¿Para qué sirve esta correa?

―Cuando nos tendemos en plena carrera a uno de los lados del caballo, para disparar por debajo de su cuello, esta correa sirve para que nos podamos sujetar. ¿Quieres que haga la prueba?

―¡Sí, sí, hazla!

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