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―Tiempo me quedará para ver si esos caballos son más bellos que los del Capitolio y los de San Marcos. Procura no burlarte de mis angelitos y gatitos y yo no lo haré de tu salvaje Oeste.

―Eso ya está mejor. También vendrás a vernos al Oeste. Yo creo que debe conocerse bien el propio país antes de ir al extranjero.

―Pero debiéramos adoptar todo lo que los extranjeros tienen mejor que nosotros ―intervino Nan, que era de ideas avanzadas.

―¿Por ejemplo?

―En Inglaterra las mujeres tienen el derecho de voto. En los Estados Unidos, no.

Daisy quiso evitar una nueva discusión, pero a Dan le divertía.

―Cuando fundemos la nueva ciudad podrás votar. No sólo eso. Podrás ser alcalde, diputado y todo lo que se te antoje.

La conversación fue interrumpida por el anuncio de la cena. Sin excepción le hicieron los honores, y dieron cuenta con sano apetito de los suculentos platos.

Siguió luego una breve velada, ya más tranquilos los ánimos, hasta que poco a poco todos fueron retirándose del comedor.

Dan quedó en la terraza sentado cómodamente. Gozaba del aire que olía a heno recién cortado, a flores y a tierra húmeda.

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