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Contemplaba las estrellas que tantas veces le habían guiado en sus solitarias caminatas por las praderas.

Jo se le acercó sin hacer ruido. Pensaba que tal vez era aquella la hora de las confidencias. El momento propicio para que el joven vertiera todo cuanto había en su interior.

Suavemente preguntó:

―¿En qué piensas, Dan?

Sin volverse, contestó, Dan con su ruda franqueza:

―En que daría cualquier cosa para fumar una buena pipa.

Aquella contestación decepcionó a Jo y le hizo reír al propio tiempo.

―Muy bien, señor fumador empedernido. Puedes hacerlo en tu cuarto. Pero ten cuidado de no quemarme la cama.

Dan se levantó. En el acento de Jo había advertido un tono de desilusión. Con toda la delicadeza de que era capaz se inclinó y besó a Jo.

―Buenas noche, madre.

A ella se le alegró el corazón. Era rudo, pero como un niño.

CAPÍTULO V

DE VACACIONES

Al día siguiente empezaron las vacaciones. En el momento del desayuno la alegría era general. Tía Jo, que estaba sirviendo, hizo observar:

―¡Oh! Ahí en la puerta hay un perro…

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