Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―Muy bien, los marinos han sido nobles y generosos. Ahora tu, Dan. ¿Te parece justo que nos igualemos a vosotros?
―Sin dudarlo. Y desafío a quien diga lo contrario.
Nan sonrió a Dan con complacencia. Le agradaba aquella firmeza.
―Ahora le toca a Nath. Tal vez piense lo contrario, pero no se atreverá a decirlo. Sin embargo, yo espero que nos defienda ahora con su voto sin esperar a que la batalla ya esté ganada. Porque entonces ya no tendría mérito.
Nan dijo aquellas palabras para espolear a Nath. Quería que reaccionara de su abulia y languidez. Sin embargo, le dolió haber dicho aquello.
Nath enrojeció vivamente. Luego, con conmovedora expresión contestó:
―Sería el más ingrato de los hombres si no deseara lo mejor para las mujeres. Porque a ellas debo cuanto soy y todo cuanto podré ser en la vida.
Las muchachas aplaudieron y Nan le arrojó un ramo como premio, porque también se había emocionado.
Luego, adoptando un tono solemne, casi judicial, Nan interpeló a Tom.
―Tomás Bangs, diga la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad… si es que puede.