Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Sin poderlo remediar, Nath dirigió una esperanzada mirada hacia la ventana, tras la cual pensaba podía estar Daisy.
―Precisamente quería hablarte de eso. Voy a decirte algo que tal vez sea un poco duro. Tú me lo perdonarás, porque sabes que yo simpatizo lealmente contigo.
―¿Va a hablarme de Daisy? sí, hábleme del ella!
―Escucha bien. Voy a tratar de darte un consejo y un consuelo al mismo tiempo. Todos sabemos que Daisy te quiere. Todos sabemos también que su madre se opone a vuestras relaciones. Ella obedecerá a su madre. Los jóvenes pensáis que vuestros sentimientos son eternos. La realidad es que nadie muere de amor.
Al decir esto Jo sonrió pensando que en otras circunstancias consoló a un enamorado, que había olvidado ya sus penas.
Nath no contestó. Solamente negó con la cabeza.
―Pueden ocurrir dos cosas, más que probables. Que te enamores en Alemania o que te entusiasmes tanto con la música que olvides este amor que ahora tanto valoras. Además, también es muy posible que Daisy te olvide con el tiempo. Por eso os aconsejo que no os prometáis nada. Que ambos quedéis libres, como dos buenos amigos. Luego, el tiempo dirá.