Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Nath hablaba con un calor y una energía extrañas en él. Jo pensó si estarían todos algo equivocados con él. Tal vez ese amor fuese el acicate que el muchacho necesitaba para salir de su indolencia.
Pero estaba ya tan excitado que procuró calmarle:
―Hazlo así, Nath. Nadie podrá negar entonces tu mérito y estoy convencida que mi hermana te verá con otros ojos. ¡Ánimo, muchacho! Alégrate. Escríbeme semanalmente. Yo te contaré todo cuanto pase en este lugar. Y, cuando escribas a Daisy, ya sabes, como a una amiga. Lo demás debes ganarlo a pulso.
―Lo ganaré. Trabajaré sin descanso.
―Pero no vayas a enfermar.
―Descuide. Tengo en cuenta sus consejos. ―Y el muchacho señaló el libro de consejos que Jo le había dado la víspera.
La señora Bhaer aún añadió otros de palabra. Luego se interrumpió al ver llegar a Emil.
―Bueno, ya nos hemos desahogado, ¿eh, Nath? Ahora quisiera hablar un momento con el «Comodoro». Puedes ir a hablar un ratito con Daisy.
Nath no se lo hizo repetir. Salió corriendo.
Emil estaba de broma, como siempre.