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―Pierde cuidado. Ya tengo experiencia en viajes anteriores. Procuraré conseguir que me quieran, no que me teman.

―Obedece al capitán. No hacerlo sería insubordinarte y por este camino nunca llegarías a serlo tú.

―Descuida, tía. Seré un buen oficial. Más adelante un buen capitán. Y te llevaré. Queda decidido.

―Otra cosa quiero decirte. Leí en algún lugar que todas las cuerdas de los barcos de la armada británica llevan trenzado un cordelito rojo que las identifica dondequiera que estén. La virtud, la honradez, el valor y la buena reputación, o sea, todo lo que forma el carácter de una persona, es ese cordelito encarnado que señala al hombre bueno dondequiera que se encuentre. Trata de que se te conozca por tu conducta en todas partes y en todas las ocasiones. La vida del mar es dura, ya lo sé. Pero siempre se puede ser un caballero. Tanto como tu cuerpo, cuida de tu alma. Y cumple tu deber hasta el fin.

Emil oyó aquellas palabras completamente serio. De pie ante Jo, con la gorra en la mano, casi firme. Luego contestó con acento seguro:


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