Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―Lo haré ―y en el rostro de Dan nació una amplia sonrisa, sincera, como todas sus reacciones. Jo no quiso hablar más. Se consideraba dichosa con aquella seguridad.
Por eso dejó los sermones y consejos y se dedicó a elegir algunos libros. Dan también curioseó en la biblioteca.
―¡Vaya! aquí está Sintram. Recuerdo que ése era uno de los pocos cuentos que me gustaban cuando niño. ¿Se acuerda usted?
Jo tomó el libro. Mientras lo hojeaba deteniéndose en las láminas fue trazando una comparación.
―Tú y Sintram tenéis muchas analogías. Como él, tú debes luchar solo. Tus enemigos son el pecado y las pasiones; el mal espíritu te hace andar errante por el mundo en busca de fuerza y paz. Incluso como Sintram tus dos compañeros son una yegua y un perro: Octto y Don. No tienes armadura para defenderte, como él, pero acabo de aconsejarte una que te irá maravillosamente: la Biblia. ¿Recuerdas que Sintram luchaba por su madre? Lucha y vence por ella, Dan.
Era conmovedor ver aquel hombrón, ganado por aquellas sugerencias; Sin embargo, se resistía. Quería aparecer duro, escéptico.