Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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A solas, los dos hermanos miraron la herida con detención. No era profunda, pero sangraba. Teddy quiso animarle.
―¡Bah, no es gran cosa! Yo me he hecho heridas mucho peores.
―No pienso en la herida. Lo que me asusta es la hidrofobia ―y con toda sencillez, Rob agregó―: Aunque de todas formas, prefiero que me haya mordido a mí que a ti.
Al oír aquella terrible palabra Teddy quedó aterrado.
―¡Oh, no, Rob! ¡No es posible! ¿Qué podemos hacer?
―Hay que llamar a Nan. Está pasando unos días en casa de Alicia. Mientras, me lavaré la herida. No creo que Don esté rabioso, pero se me ha ocurrido la idea pensando que el perro últimamente ha estado algo raro.
Teddy voló al encuentro de Nan, con la que volvió al poco rato.
La muchacha miró atentamente la herida. Luego habló serenamente:
―No podemos esperar a saber si Don está rabioso, ni nos queda tiempo para buscar un médico. Podemos hacer algo, pero me apena hacerlo porque te va a doler.
En aquel momento Nan no actuaba como una profesional. El amor que sentía por los dos muchachos y la ansiedad que veía en sus rostros llevaban las lágrimas a sus ojos.