Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

795 страница из 1361

―Me plantas cara, ¿eh? Tú verás ahora.

Con rapidez Teddy sujetó a Don con la cadena. El perro pareció desconcertado, porque sólo había sido sujetado así un par de veces por su amo. Sele erizó el pelo y hasta tembló de rabia.

―Vamos a ver ahora. Te daré tu merecido.

―¡No le pegues, Ted! ¡Te lo prohíbo!

El pacífico Rob había dado una orden tajante a su hermano. Pero Teddy estaba demasiado enardecido y con el palo golpeó al perro.

Cuando levantaba el brazo para repetir el golpe, Don se abalanzó hacia él, descompuesto por la rabia, aumentada por el hecho de estar encadenado.

Temiendo por su hermano, cegado por la ira, Rob se interpuso con tan mala fortuna que el perrazo cerró sus fauces sobre una de sus piernas, en la que produjo una apreciable herida.

Serenamente, Rob amansó al perro con dulces palabras. El noble animal pareció darse cuenta del tremendo error sufrido, y quedó sumiso a los pies del bravo muchacho.

Luego Rob se dirigió cojeando hacia la casa, seguido de Teddy que estaba consternado.


Правообладателям