Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Una vez repuesto Teddy, Nan le dio instrucciones:
―Ensíllame a Octto. Iré a ver al doctor Morrison. Tú, Rob, no te muevas en absoluto. Procurad que nadie se entere. Se alarmarían sin fundamento.
Después de una buena galopada, Nan contó detalladamente el accidente y el remedio al doctor, que aconsejó se llevase el perro al veterinario, por si acaso, aunque quitó importancia al asunto.
El veterinario se hizo cargo del perro, y dio seguridades de que no padecía hidrofobia.
Estas autorizadas opiniones tranquilizaron a Nan. Pero quedaba por resolver la cuestión de ocultar el accidente a los demás.
Afortunadamente, el carácter tranquilo de Rob le había acostumbrado a pasar largas horas leyendo en su habitación. Eso le permitió descansar sin que le encontrasen raro.
Teddy era otra cosa. Estaba tan preocupado e impresionado por lo ocurrido y por las terribles consecuencias que podía haber tenido, que a cada paso estaba a punto de delatarse. Nan tuvo que imponerse para tranquilizarle, incluso administrándole algún calmante. Pero no pudo evitar que en el muchacho se produjera una gran transformación. Seguía siendo inquieto, pero cuando la obstinación iba a producirse en él, se sobreponía en el acto, y hacía marcha atrás.