Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―Sí, mamá. Estoy dispuesto a dominarla.

―Yo te ayudaré. También a mí me costó lograrlo.

Valerosamente, Ted se dirigió a sus padres.

―Podéis imponerme el castigo que queráis, que lo aceptaré de buen grado. Pero perdonadme como ya me perdonó Rob.

―Ya has sido bastante castigado por la preocupación. No hace falta otro castigo.

Sin darse cuenta, los cuatro terminaron abrazados, gozosos de que lo que podía haber sido una desgracia irreparable pudiese atraer, como paradoja, un bien para uno de ellos.

Jo, como siempre, estuvo en todo.

―Me ha admirado también el comportamiento de Nan. Es una gran muchacha con un magnífico carácter. ¿Qué podría hacer para demostrarle mi extraordinaria gratitud?

Teddy explotó:

―Es muy fácil. Procura que Tom la deje en paz.

―No es mala idea ―añadió Rob―. La atormenta a todas horas con su insistencia. Apenas la deja estudiar.

―Me parece excelente. Nadie tiene derecho a estorbarla en su firme propósito de ser médico, para lo que tantas virtudes posee. Ella podría ceder en un momento de cansancio y entonces, ¡adiós carrera! Veremos qué es lo que podemos hacer.


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