Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―Mamá es que…

―Deseo que me lo cuentes todo. Algo ha ocurrido y debemos saberlo.

―Contesta a mamá, Rob ―ordenó el profesor.

Procurando quitar importancia a la cosa y, especialmente, disculpando en lo posible a su hermano, Rob contó lo sucedido.

Los padres quedaron aterrados pensando en las terribles consecuencias que el genio y obstinación del muchacho podían haberle acarreado.

«El león» no parecía tal. Avergonzado por su acción, parecía empequeñecido. Por gusto habría desaparecido de las miradas de sus padres, que nunca había visto tan severas.

Jo se abrazó a Rob entre sollozos. Aquella escena aún encogió más a Ted, que se sentía culpable del dolor de su madre, como antes lo fue del de su hermano.

El profesor permaneció sereno y ecuánime.

―Mujer, no te pongas así. Ya todo ha pasado, afortunadamente. En el fondo debemos estar orgullosos del valor demostrado por nuestro hijo. Y si la prueba ha servido para unirlos más…

Jo besó otra vez a Rob. Luego miró a Teddy:

―Ahora comprendo tu cambio. Era el arrepentimiento por tu acción y la admiración hacia el valeroso hermano del que muchas veces te habías burlado. Pero no basta el arrepentimiento; debes hacerte el firme propósito de corregir esta terquedad.


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