Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―Podemos ir hacia la roca grande. Allá es donde menos gente hay. Especialmente por la tarde estará casi desierto.
Se encaminaron hacia allá. Jugaron un rato en la arena y después se zambulleron en las transparentes y quietas aguas.
De repente, Jossie se movilizó. Emocionadísima, indicó a su prima:
―Mira, Bess. Allá está. ¿No la ves?
―¡Es la señorita Cameron!
―En efecto, ella misma. ¡Qué suerte! Ahora podré estudiarla detenidamente y ver cómo anda y se mueve. ¡Qué elegancia! ¡Qué finura!
―No debieras escrutar así; Jossie. Eso no es correcto. Menos aún sabiendo que desea aislarse de la gente ―dijo Bess, con su habitual delicadeza.
―¡Pero es que se trata de una oportunidad única! Mira, mira, ahora se acerca a las rocas. Está melancólica, ¿no te parece? Mira como observa las olas. ¡Yo voy hacia allá!
―¡Espera, Jossie, por favor! No debes ser indiscreta.
―No te preocupes. Disimularé.
No muy segura de la prudencia de su prima, Bess la siguió. Jossie fue bordeando la orilla saltando de roca en roca. Estaban en una pequeña enseñada rocosa que por carecer casi de playa era muy poco frecuentada. Precisamente por este motivo la eminente y bella actriz estaba allí: porque no había gente.