Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―¿De verdad? ―preguntó la actriz con complacencia―. Entonces, ¿por qué no vinieron ay visitarme? Generalmente huyo de las aspirantes a actriz. La mayoría son tan engreídas como ignorantes. Pero tratándose de ustedes…

Jossie salió nuevamente a la superficie, esta vez con éxito. Quiso anunciarlo tan de prisa, que empezó a hablar cuando aún la cubría el agua. El resultado fue que tragó unos sorbos del líquido salado, que la hicieron resoplar como una marsopa. Recobrado el aliento, expresó su alegría ruidosamente.

―¡Ya está, ya está! ¡La he encontrado!

En cuatro brazadas llegó a la orilla y subió a las rocas con presteza. Con una gentil reverencia entregó la pulsera a la señorita Cameron.

―Muy bien. Muchas gracias, gentil sirenita. Eres tan servicial como excelente nadadora. ¿Cómo podré pagar esta amabilidad?

Aquellas palabras sonaron como música celestial para Jossie.

Había imaginado tantas escenas para acercarse a la actriz soñada, había deseado con tanta intensidad que se presentase una ocasión, y ahora le preguntaban «¿Cómo podré pagar esta amabilidad?».


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