Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Pero aunque fuese un sueño había que aprovecharlo. Por si acaso. Y para ello había que salir de aquel éxtasis.

―De una manera muy sencilla, señorita Cameron. Por favor, dígame que sí.

―Pero ¿a qué debo decir que sí?

―¡Ah, claro! Con la emoción… Permítame visitarla. Una vez. Una sola vez. Me gustaría que fuese usted quien me dijera si tengo aptitudes o no para la escena. Nadie mejor que usted. Lo verá en seguida. Y si me lo dice usted… yo lo creeré a ciegas. ¿Querrá usted hacerlo?

―¿Cómo negarlo? Me has hecho un gran favor, eres sobrinita del señor Laurie y, especialmente, eres también una incondicional admiradora que ama la escena… Son muchas virtudes, ¿no te parece? Concedido.

―¡Oh, gracias, gracias! ¡Qué ilusión, señorita Cameron! ¿De verdad que no sueño, Bess? ¡Pellízcame!

―¿Te parece bien mañana a las once? Charlaremos, me demostrarás qué es lo que puedes hacer y yo te daré mi opinión.

―Yo la aceptaré. Si usted me dice que no sirvo, me esforzaré en dominar este ardiente deseo. Si el veredicto es favorable, haré todos los esfuerzos para seguir adelante. No me importarán los sacrificios.


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