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Aquella actriz, acostumbrada a toda clase de ofrendas, se conmovió ante la de aquella niña. Era un delicado y sentido homenaje. Auténtico y enternecedor.

―Pues sí. Me gustan las flores silvestres y en esta ocasión me gusta mucho también la persona que me las trae. Estoy tan acostumbrada a las alabanzas, insinceras y rebuscadas, que aprecio extraordinariamente los afectos puros y sinceros como el tuyo.

En la voz de la actriz hubo un leve tono de tristeza y melancolía. Se decía de ella que se había dedicado al arte en forma total, como consecuencia de unos amores desgraciados, que la habían afectado muchísimo.

Como si quisiera olvidar pensamientos tristes, la actriz habló con un acento más duro y autoritario.

―Manos a la obra ya. Demuestra lo que eres capaz de hacer. Por supuesto habrás pensado en un fragmento de Romeo y Julieta, ¿verdad? ¡Pobre Julieta! ¡Cómo me la asesinan!

Jossie había pensado, en efecto, empezar por Julieta. Pero como pudo percibir el tonillo de burla de la actriz, astutamente cambió de planes. Resueltamente y con una gran sinceridad declamó la escena de la locura de Ofelia. Aunque tan joven, la feliz entonación, lo acertado de las inflexiones, la propiedad del gesto, incluso su mismo vestido blanco y las flores silvestres de que se había adornado y que desparramó sobre la imaginaria tumba, le dieron una gran propiedad.


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