Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―Me parece que este perro está enfermo. No obedece ya, apenas bebe ni come. Mira que si le ocurriese algo… ¡Dan nos mataba!
―Debe ser el calor. Pero es posible que añore a su amo. O tal vez presiente que a Dan le ha ocurrido algo. Yo he oído decir que los perros…
―¡Bah! ¿Cómo puede saberlo el perro? Lo que pagó que se está acostumbrando a la vida de holganza. ¡Eh Don, ven acá!
―Déjalo, hombre. Mañana podemos llevarlo al veterinario. Él nos dirá si está enfermo.
Pero Teddy ya estaba lanzado, y no atendió a razonamientos. Intentó hacerse obedecer sin conseguirlo. Insistió varias veces ordenando con severidad. Pero el perro estaba irritado y no hacía más que gruñir.
―De manera que no obedeces, ¿eh?
Teddy se había ofuscado ya. Cogió un palo que tenía al alcance y se dirigió hacia Don. El perro se le enfrentó, gruñendo sordamente. Pero el muchacho estaba ciego a cuanto no fuera su propósito. Sin ver el peligro que ello podía representar siguió en su intento.
―¡Detente, Ted! ―gritó Rob.
Y viendo que su hermano no le hacía ningún caso, porque ya hurgaba al perro con el bastón, se puso frente a Don para impedir fuese maltratado.