Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―No crea que no lo agradezco…
―Cuanto te vayas procura leer mucho. Yo te proporcionará ahora algunos libros.
Ambos se encaminaron hacia los estantes llenos de libros.
―Escoja libros de viajes y aventuras. No me dé libros piadosos, porque no los leo con gusto.
Jo se volvió y le miró serenamente.
―Dan, no te esfuerces en aparecer peor de lo que eres. Ni hables con desprecio de las cosas buenas. No vayas a abandonar la religión por una falsa vergüenza, que sólo sienten los hombres sin carácter. No es necesario hablar de religión a todas horas. Basta que obres de acuerdo con, ella y le tengas abierto siempre el corazón para todo lo bueno que de ella pueda venirte. No rechaces esta esperanza. Ella te ayudará a superarte.
La mirada de Dan se dulcificó bajo las palabras de Jo. Tenía en realidad un corazón bueno y generoso, pero a sus rudas maneras parecía estorbarle cualquier concesión de tipo espiritual.
Jo prosiguió; sabiendo que había llegado a la conciencia del muchacho:
―En tu equipaje he visto aquella Biblia que te regalé. Me alegra que la conserves. Pero más contenta estaría si se viera menos nueva, más usada. Haz una cosa por mí, Dan. Muy poca cosa. Prométeme que cada domingo, estés donde estés, la leerás un ratito. Siempre te enseñará algo. Siempre te guiará. ¿Lo harás, Dan? No te pido mucho.