Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―Pues bien: la he dejado. ¿Te alegras?
―Sí, John, me alegro mucho. Tal vez esté equivocada, pero veo esta profesión como incierta y de poco porvenir. Me gustaría verte colocado en un empleo estable y con buenas perspectivas para el futuro.
―Bien: ¿qué te parece una oficina de ferrocarril?
Meg contuvo un gesto de desagrado.
―Preferiría otra cosa para ti. Es un empleo que obliga a estar en contacto con gente brusca y ordinaria… ¿Es ése tu nuevo empleo?
―Podría serlo ―sonrió John―. ¿Acaso preferirías verme de contable en un almacén de curtidos? ¿Qué te parece, mamá?
―No me entusiasma, francamente. Ya se sabe que quien entra de contable, sigue así toda la vida. Me gustaría algo distinto…, no sé. Lo mejor del mundo para ti.
―Entonces, ¿tal vez agente de viajes?
―¡Oh, no! ¿No serás eso, verdad? Arriba y abajo constantemente, malas comidas, el riesgo de los viajes…
―Acaso te gustase que fuera secretario de un editor. Claro es que el sueldo no sería muy elevado de momento.
―Eso me parece mucho mejor ―afirmó Meg, ya más animada― porque se ajustaba más a tus aficiones. Yo sé que todos los trabajos son honrados, pero no sería muy buena madre si no deseara para ti el mejor de todos ellos. Y el mejor creo que es aquél que puedas desarrollar encontrando placer en ello. Si viviera papá, él cuidaría de orientarte y aconsejarte. No está entre nosotros, por disposición de Dios, y yo debo asumir esta tarea, que me preocupa. Temo no saber llenar el vacío que nos dejó.