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Nan acudió al instante con su inevitable botiquín, y con mano segura curó y vendó al muchacho.

También acudió Jo, alarmada en un principio. Pero al asegurársele que nada grave había ocurrido lo tomó a chacota.

―Supongo que la herida no le impedirá seguir trabajando. Fracasaría mi obra.

Compareció también Laurie. Alegremente, pese al incidente, preguntó a Jo, llamándola por su nombre de «guerra»:

―¿Qué tal tus nervios, Fletcher?

―Alterados como los tuyos, aunque trates de disimularlos, Beaumont.

―No te preocupes, saldrá bien.

―Eso espero. Hemos trabajado con entusiasmo y hay mucha vida real en la obra.

Así era. Se levantó el telón para empezar la obra de Jo.

La escena representaba una cocina campesina en la que una mujer de pelo cano zurcía calcetines y mecía una cuna.

El monólogo de Meg, pues ella era la campesina de la obra, tenía una gran humanidad. Habló de su hijo Sam, empeñado en alistarse en el ejército, de su nietecita Dolly, que soñaba con los placeres y comodidades de la ciudad, y con el nietecito, que su desgraciada hija Elisa le había confiado antes de morir.

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