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Jo quiso prescindir de las obras entonces en boga, casi siempre adaptadas del francés, amaneradas y parecidas todas ellas. Quiso recoger una serie de facetas de la vida humilde, con mezcla de lo cómico y lo patético, deseando demostrar que la verdad y la sencillez tenía un gran encanto.

Laurie la ayudó con entusiasmo. Incluso llegaron a ponerse los nombres de Beaumont y Fletcher, como coautores de la obra.

Los días que precedieron al de Navidad fueron de auténtico esfuerzo para todos los componentes del cuadro escénico, para la orquesta, los decoradores y cuantos intervenían de un modo u otro en la obra.

Pero Jo y Laurie batían todas las marcas de actividad, cuidando con esmero los detalles, corrigiendo defectos, subsanando errores…

Llegó por fin el día esperado.

―¡Qué aspecto tiene el teatro! ―comentaban los invitados al entrar.

―Está arreglado con muchísimo gusto. Les felicito ―añadían caos.

Así era. Nada podía mejorarse ya.

―¿Ha llegado ya? ―preguntaba Jossie a cada momento.

―¿Quién?

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