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Hizo amistad con una jovencita, que vivía con su madre. Eran de buena familia, pero sin fortuna. La posición que suponían a Nath y los amigos de que alardeaba le hacían especialmente atractivo para ellas.

Por este motivo le recibían y se esforzaban en agasajarle, con gran contento del joven.

Llegaron las Navidades y con ellas una serie de sorpresas desagradables. La primera se la llevó Nath al visitar a Minna, que así se llamaba la mencionada muchacha, con una serie de obsequios para ella y para su madre.

Le recibió la señora, abordando en seguida un delicado asunto. Ella deseaba saber inmediatamente cuáles eran las intenciones de Nath, porque si no era para casarse no podía consentir que Minna perdiese más tiempo. En fin, que ya era tiempo de formalizar las relaciones.

Aquella situación espantó a Nath. Él no podía ni deseaba prometerse a Minna ni era cierta la situación que le suponían. No le quedaba más remedio que decir la verdad.

La dijo sin ambages, declarando la humildad de su nacimiento, la carencia de fortuna y que los estudios los pagaba un protector.

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