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Aquellas palabras eran proféticas. Nath estaba experimentando directamente una lección.
Con la alegría e ingenuidad que le caracterizaban, Nath se había lanzado a disfrutar ampliamente de todo cuanto estaba a su alcance, en un abuso de la libertad en que podía desenvolverse lejos de los suyos.
Con un guardarropa bien surtido, una buena cantidad en un banco y sin que nadie conociera su pasado, irrumpió en sociedad bajo los auspicios del conocidísimo profesor Bhaer y del acaudalado señor Laurence, motivos todos que contribuyeron a que se le abrieran innumerables puertas.
Si se añade que Nath hablaba muy bien el alemán, era simpático y tenía indudable talento musical, se comprenderá que se le recibiera bien en un círculo de la sociedad en el que muchos pretendían entrar sin conseguirlo.
Estas facilidades trastornaron un poco a Nath. Alternando siempre con personas de fortuna y alta categoría se vio obligado a dejar creer que él estaba en idéntica situación. Sin llegar a mentir, dejó vislumbrar que poseía fortuna personal muy elevada, que sus relaciones eran de lo más distinguido y sus influencias muy efectivas.