Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Dan le ayudaba en todo cuanto podía, haciendo buena parte de su trabajo, que Mason no habría podido terminar.
También hubo para Dan momentos de desánimo. En la soledad de la celda meditaba en ocasiones, y los sombríos pensamientos laceraban su alma.
―Todo ha terminado para mí. Ya no tengo remedio. He arruinado mi vida definitivamente. ¿Para qué luchar más para ser mejor? ¡Si es inútil! Mejor será que cuando salga me dedique a gozar de todo sin importarme nada más.
En otras ocasiones iba más lejos todavía:
―¿Para qué esperar al término de la condena? Debo escaparme. En esta cárcel me consumiría. Tengo que buscar un plan.
Y pensaba durante horas descabellados y atrevidos planes de fuga.
Luego, llegaba el sueño piadoso, y la paz volvía a su atormentada vida.
La víspera del Día de Acción de Gracias visitó la cárcel una comisión de un comité benéfico. Temeroso de ser reconocido por alguno de sus miembros, Dan entró en la capilla cabizbajo.
Una señora, de muy agradable aspecto maternal, les dirigió la palabra para contarles una historia: