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―Me parece que me da usted suerte. No se vaya, por favor. Deseo recuperar todo lo perdido.

Eso era precisamente lo que no querían los jugadores de ventaja, por lo cual decidieron volver a usar los trucos ilícitos.

A la penetrante mirada de Dan no escapó el detalle. Serenamente, pero demostrando una absoluta seguridad y un valor extraordinario, acusó a los dos sujetos:

―Acaban de hacer trampa. Se han cambiado dos cartas.

―¿Usted insinúa…,? ―preguntó uno de ellos; con mirada feroz.

―No insinúo. Afirmo. Son dos tramposos.

―¡Te voy a…!

―Yo en tu lugar me calmaría. Venga, devuelve ahora mismo a este muchacho lo que le has estafado. ¡Rápido!

Creyendo que Dan estaba pendiente de su compañero, uno de los dos jugadores intentó sacar un revólver.

Dan obró con rapidez y contundencia. De un manotazo desvió el arma en el preciso momento en que se disparaba. La bala se incrustó en el suelo de madera. Simultáneamente, con el otro puño golpeó con violencia el mentón de su enemigo, que después de dar unos traspiés cayó pesadamente contra una estufa de hierro, en la que se golpeó la cabeza.

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