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Como enormes embudos, las lonas vertían el agua de la lluvia a los barrilitos, que terminaron por llenarse.

Aquello fue sólo el principio de la felicidad. Porque al amanecer, con el cielo ya despejado de nubes, Emil avistó la proximidad de un velero.

Sus señales fueron pronto divisadas y el navío viró en su busca. Poco después se hallaban en la cubierta del Urania. Viendo que todos estaban debidamente atendidos, Emil, en funciones de capitán del barco hundido, por imposibilidad del capitán Hardy, dio detallada cuenta del accidente sufrido que supuso la pérdida del Brenda.

Ni por un momento pensó en sí mismo. Primero los demás, luego el deber.

Cuando hubo cumplido su obligación y atendido la curiosidad de los oficiales del Urania aclarándoles algunos detalles, se sintió desfallecer.

Llevaba cuatro días sin probar alimento alguno y sin beber otra cosa que unos sorbos de agua de lluvia.

Aún así, se excusó:

―No es nada. Un ligero desfallecimiento.

Fue llevado a un camarote y acostado, casi a la fuerza en una litera y revisado debidamente por el médico de a bordo.

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