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Con el corazón encogido ante tal horrorosa escena, los supervivientes acudieron a atender al marino derribado por Emil, que seguía exánime en el fondo del bote. Su sorpresa fue inaudita cuando pudieron comprobar que estaba en los estertores de la muerte por los terribles efectos del alcohol bebido en cantidad, después de haber estado unos días sin apenas comer. No hubo salvación para él.
Esta doble tragedia acabó con la moral de todos.
Sin agua, con dos mujeres a bordo y un herido enfebrecido, a merced de las olas… Sin esperanza…
Desde aquel momento, el silencio fue absoluto. Sólo alguna oración, levemente murmurada, y el enervante ruido de las olas.
Como una burla del destino, que elevó su alegría hasta el paroxismo, en el horizonte apareció una vela. ¡Estaban salvados! Pero su desánimo fue mucho mayor cuando pese a sus desesperadas señales aquel navío se alejó sin verlos.
Sintiéndose responsable de aquellas vidas y no estando en su mano hacer nada para salvarlas, Emil sufría en su fuero interno. Veía al bravo capitán, inconsciente y delirando. A su desesperada esposa, dedicada a atenderle, sin una queja, pese a las privaciones a que se veía sometida. Emil veía también a María, frágil, bonita y espiritual, haciendo frente valerosamente a aquella desesperada situación pese a estar totalmente aterrada.